Semana a semana hemos sentido que Jesús resucitado nos acompaña y nos enseña para que nos convirtamos en sus testigos, no dejándonos solos, sino que se compromete con su presencia permanente a través de su Espíritu para que demos fruto y lleguemos al conocimiento de la verdad.
“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras” (Hch 2,1-11) de tal modo que todos los allí presentes les entendían perfectamente.