VÍDEO DEL LEMA

sábado, 11 de abril de 2020

CELEBRAMOS LA RESURRECCIÓN CON PEDRO POVEDA

“Desde el principio del cristianismo la mujer se significó por su fe extraordinaria. Al Salvador lo acompañan durante su vida; en el momento de la muerte están allí al lado de la cruz con María, mientras los apóstoles y los discípulos se esconden. Ellas corren presurosas al sepulcro; ellas anuncian la resurrección, fundamento de nuestra fe, y ellas desde entonces y para siempre; de mil maneras tan prodigiosas como el amor que a Jesús 15 profesaban, son el sostenimiento de la naciente iglesia… Os invito a que evoquéis los nombres de las mujeres que en nuestros días, como en los tiempos de Jesucristo, como en la época de los apóstoles y como en todos los siglos, fueron, son y serán los frutos más sazonados de la cruz”. 


PEDRO POVEDA (1912)

MEDITA - Reflexiona sobre los acontecimientos, lugares y personas en tu vida que se relacionan con los textos. ¿Qué me dicen los textos hoy a mí y a mi vida? ¿Qué sentimientos despiertan en mí? ¿Qué me está diciendo Dios en las lecturas? 

• ¿Cómo se hace realidad hoy, en la Iglesia, el envío de Jesús resucitado: Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán? 
• ¿A qué Galilea me siento hoy, como Iglesia viva, enviado/a? 

La esperanza de ver allí a Jesús, de encontrarlo como Él mismo promete, agiliza nuestros pasos y despierta confianza en el corazón.

 ORA – Responde en oración. 
• ¿Qué le puedo decir al Señor en respuesta a su Palabra?
• Conversa audazmente con el Señor con tus propias palabras. Habla de la forma que quieras.

Alegres en la fe y en la esperanza de la Pascua, haciendo memoria fiel de las palabras de Jesús “Estaré siempre con vosotros” (Mt 28, 16), rezamos con Pedro Poveda ante el misterio eucarístico: 

“Señor, danos siempre de este pan. ¡Qué misterioso pan! Señor, danos de él siempre, a todas horas, todos los días de nuestra vida y en el supremo instante de nuestra muerte. Éste, Señor, es el pan que nutre, que sustenta, que fortifica, que da consuelo, aliento y alegría. Dad el pan de la tierra a los que lo deseen; pero a mí, Señor, dadme el pan de tu cuerpo y de tu sangre, pan amasado en el Calvario, cocido en el horno de tu amor y repartido en el Sacramento adorable. Pan bendito, sé mi único alimento. ¡Señor, Tú que me lo das hoy, dámelo siempre!” ( PP, anterior a 1910)

CONTEMPLA – Descansa en el Señor. • ¿Qué me está diciendo Dios mientras escucho y permanezco en la presencia de Dios? • ¿Qué conversión de mente, corazón y vida me está pidiendo el Señor?

Un verdadero encuentro con Dios lleva a la transformación. Confortados por la presencia del Señor resucitado y enviados a los caminos del mundo, salimos al encuentro de los hermanos dondequiera que estén. Y repetimos con Teresa de Jesús: “Juntos andemos, Señor, a donde Tú vayas yo he de ir, por donde Tú pases, tengo de pasar”.

ACTÚA – La oración nos mueve a la acción.
• ¿De qué forma puedo ofrecer mi vida como don para los demás?
• ¿A qué me siento llamado/llamada después de esta oración?

La llamada es a “servir con alegría”. Para buscar al Señor, para hallarlo y para servirle, alegría, alegría, alegría. Nos lo recuerda también S. Pedro Poveda: siempre la alegría inseparable de la rectitud, de la justicia, del buen espíritu, de la posesión de Dios. Y esto, aunque abunden las penas y amarguras. Aclamad alegres a Dios, servid al Señor con alegría (salmo 100,1).

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