“Desde el principio del cristianismo la mujer se significó por su fe extraordinaria. Al Salvador lo acompañan durante su vida; en el momento de la muerte están allí al lado de la cruz con María, mientras los apóstoles y los discípulos se esconden. Ellas corren presurosas al sepulcro; ellas anuncian la resurrección, fundamento de nuestra fe, y ellas desde entonces y para siempre; de mil maneras tan prodigiosas como el amor que a Jesús 15 profesaban, son el sostenimiento de la naciente iglesia… Os invito a que evoquéis los nombres de las mujeres que en nuestros días, como en los tiempos de Jesucristo, como en la época de los apóstoles y como en todos los siglos, fueron, son y serán los frutos más sazonados de la cruz”.
PEDRO POVEDA (1912)
MEDITA - Reflexiona sobre los acontecimientos, lugares y personas en tu vida que se
relacionan con los textos. ¿Qué me dicen los textos hoy a mí y a mi vida? ¿Qué
sentimientos despiertan en mí? ¿Qué me está diciendo Dios en las lecturas?
• ¿Cómo se hace realidad hoy, en la Iglesia, el envío de Jesús resucitado:
Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán?
• ¿A qué Galilea me siento hoy, como Iglesia viva, enviado/a?
La esperanza de ver allí a Jesús, de encontrarlo como Él mismo promete,
agiliza nuestros pasos y despierta confianza en el corazón.
ORA – Responde en oración.
• ¿Qué le puedo decir al Señor en respuesta a su Palabra?
• Conversa audazmente con el Señor con tus propias palabras. Habla de la
forma que quieras.
Alegres en la fe y en la esperanza de la Pascua, haciendo memoria fiel de las
palabras de Jesús “Estaré siempre con vosotros” (Mt 28, 16), rezamos con
Pedro Poveda ante el misterio eucarístico:
“Señor, danos siempre de este pan. ¡Qué misterioso pan! Señor, danos de él
siempre, a todas horas, todos los días de nuestra vida y en el supremo
instante de nuestra muerte. Éste, Señor, es el pan que nutre, que sustenta,
que fortifica, que da consuelo, aliento y alegría. Dad el pan de la tierra a los
que lo deseen; pero a mí, Señor, dadme el pan de tu cuerpo y de tu sangre,
pan amasado en el Calvario, cocido en el horno de tu amor y repartido en el
Sacramento adorable. Pan bendito, sé mi único alimento. ¡Señor, Tú que me lo
das hoy, dámelo siempre!” ( PP, anterior a 1910)
CONTEMPLA – Descansa en el Señor.
• ¿Qué me está diciendo Dios mientras escucho y permanezco en la presencia
de Dios?
• ¿Qué conversión de mente, corazón y vida me está pidiendo el Señor?
Un verdadero encuentro con Dios lleva a la transformación. Confortados por la presencia del Señor resucitado y enviados a los caminos del mundo, salimos al encuentro de los hermanos dondequiera que estén. Y repetimos con Teresa de Jesús: “Juntos andemos, Señor, a donde Tú vayas yo he de ir, por donde Tú pases, tengo de pasar”.
ACTÚA – La oración nos mueve a la acción.
• ¿De qué forma puedo ofrecer mi vida como don para los demás?
• ¿A qué me siento llamado/llamada después de esta oración?
La llamada es a “servir con alegría”. Para buscar al Señor, para hallarlo y para servirle, alegría, alegría, alegría. Nos lo recuerda también S. Pedro Poveda: siempre la alegría inseparable de la rectitud, de la justicia, del buen espíritu, de la posesión de Dios. Y esto, aunque abunden las penas y amarguras. Aclamad alegres a Dios, servid al Señor con alegría (salmo 100,1).
Un verdadero encuentro con Dios lleva a la transformación. Confortados por la presencia del Señor resucitado y enviados a los caminos del mundo, salimos al encuentro de los hermanos dondequiera que estén. Y repetimos con Teresa de Jesús: “Juntos andemos, Señor, a donde Tú vayas yo he de ir, por donde Tú pases, tengo de pasar”.
ACTÚA – La oración nos mueve a la acción.
• ¿De qué forma puedo ofrecer mi vida como don para los demás?
• ¿A qué me siento llamado/llamada después de esta oración?
La llamada es a “servir con alegría”. Para buscar al Señor, para hallarlo y para servirle, alegría, alegría, alegría. Nos lo recuerda también S. Pedro Poveda: siempre la alegría inseparable de la rectitud, de la justicia, del buen espíritu, de la posesión de Dios. Y esto, aunque abunden las penas y amarguras. Aclamad alegres a Dios, servid al Señor con alegría (salmo 100,1).
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