miércoles, 30 de marzo de 2022

Comentario al Evangelio del jueves, 31 de marzo de 2022

 Abiertamente y a escondidas

El testimonio y la mediación, propios de la vocación profética, no constituyen un camino de rosas. Vivir de acuerdo con la Palabra de Dios complica la vida: no sólo no atrae el aplauso social, sino que provoca, además, el rechazo y la persecución. Resulta, por un lado, paradójico que la voluntad de hacer el bien y de vivir conforme al mandamiento del amor, conlleve tales reacciones contrarias. Pero, por el otro lado, no deja de tener su lógica, porque vivir así supone romper con muchos convencionalismos sociales, con muchas formas de comportamiento generalmente aceptadas, y que no son sino expresiones de la idolatría que amenaza siempre al creyente. Testimoniar significa también (aunque no sólo) denunciar. Y la denuncia profética se topa inevitablemente con los límites de la tolerancia social.

También Jesús experimenta las contrariedades de la vocación profética, y con mayor motivo, puesto que él no es sólo un profeta, sino Aquel al que todos los profetas anunciaron. Llama la atención, en el Evangelio de hoy, la aparente contradicción entre la subida a Jerusalén “a escondidas”, y el hecho de que la gente la viera hablar “abiertamente”. Teniendo siempre en cuenta lo que puedan decirnos los especialistas en exégesis bíblica al respecto, tal vez podemos entender con cierta libertad esta aparente contradicción en el sentido de que las necesarias normas de prudencia humana que, sin duda, es preciso adoptar en ocasiones, no deben ser excusa para ocultar el testimonio al que todos los creyentes estamos llamados. No se puede ocultar la luz, no se puede acallar la Palabra, no se puede desoír la llamada del que nos envía para que lo demos a conocer. Tal vez, como síntesis necesaria de prudencia y valentía en el testimonio pueden servir las palabras de la segunda carta a Timoteo: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim 4, 2).

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