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martes, 29 de marzo de 2022

Comentario al Evangelio del miércoles, 30 de marzo de 2022

 Los que escuchan la Palabra vivirán

La grandiosidad de las promesas divinas y de la misión profética que las anuncia puede chocar y choca con frecuencia con el desaliento del profeta, que no acaba de ver el cumplimiento de lo que él mismo anuncia. Igual nos puede pasar a nosotros, los creyentes en Cristo: llamados a anunciar y testimoniar la buena noticia de la muerte y la resurrección de Cristo, de una muerte que ha sido vencida y ya no tiene poder sobre nosotros, podemos darnos de bruces con una realidad que habla más de muerte que de vida, más de derrota que de victoria. La fe no puede siempre evitar la sensación psicológica de que “estamos dejados de la mano de Dios”. Recordando los textos evangélicos de estos últimos días, nos encontramos con que los niños siguen muriendo, los enfermos siguen prostrados, la guerra sigue escupiendo su mensaje de muerte, las injusticias siguen campando por sus respetos. Se nos llama a la fe-confianza, pero, ¿dónde está la eficacia de la Palabra de Dios? La respuesta al desaliento profético y creyente es una palabra que habla de un amor entrañable, materno, de un Dios que se preocupa por nosotros, más aún incluso de lo que haría una mujer por su niño de pecho.

Este amor divino, materno, entrañable y cercano de Dios lo descubrimos en Jesús. Él es el Hijo de Dios porque, como los hijos se parecen a sus padres, así Jesús se parece a Dios, lo refleja y lo hace presente. Y si Dios no descansa y trabaja siempre, así hace Jesús, que se ocupa y se preocupa por nosotros. Esa preocupación y cuidado no puede detenerse a causa de leyes, que, si han sido creadas para bien del hombre (como la ley del sábado, que se preocupa de que tengamos el merecido descanso, de que no seamos esclavos de nuestras necesidades), es absurdo que se conviertan en un obstáculo para hacer el bien. El amor verdadero no sabe de horarios. Una madre no dejaría de atender a su hijo en necesidad a causa de una estrecha interpretación de la ley. Dios renuncia a su descanso tras el trabajo creador, para responder al que lo invoca, para auxiliar, defender, restaurar, liberar, iluminar. Si en momentos de cansancio y desaliento nos asaltan las dudas sobre la acción salvífica de Dios, es a Cristo al que debemos dirigir la mirada: es en él en donde se hace visible su preocupación materna sobre el mundo, y es aceptándolo a él en fe cómo podemos descubrir aquella acción salvífica: en Cristo Dios juzga al mundo con misericordia y le da la posibilidad de pasar de la muerte a la vida, del pecado y el egoísmo a la gracia y el amor. Los muertos que han escuchado su voz y han resucitado ya (por el bautismo) a una vida nueva somos nosotros, debemos ser nosotros, si es que de verdad creemos en Cristo. Esto significa que también nosotros tenemos que trabajar continuamente, dar testimonio por medio de las obras del amor, para visibilizar en nuestro mundo y en nuestro entorno ese cuidado paternal y maternal de Dios por sus criaturas, encarnado en su Hijo Jesucristo y que se prolonga en los que somos miembros vivos de su cuerpo

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