El novio está con nosotros
Y Cristo es el novio. Lo dice él mismo. No sólo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el sanador, el que resucita. ¿Podrían decir los mismo los discípulos del Bautista y los fariseos? Los primeros son discípulos del que en el desierto “llevaba un vestido de pelo de camello y se alimentaba de saltamontes”; los fariseos se debatían en la rutina de unas prácticas muertas. No hay comparación posible con Jesús, el que se sentaba a los banquetes, se vestía con túnica inconsútil y se solazaba con sus amigos de Betania.
Cristo es el novio, el nuevo, la eterna novedad. Con Jesús llega el tiempo del Reino y enmudece la ley, todo es radicalmente nuevo, pasó lo viejo. Y siguen las imágenes: paño nuevo, y no remiendo viejo; vino nuevo, y no odres viejos. Estamos en el Testamento Nuevo, las cosas son radicalmente nuevas, el tiempo mesiánico ha amanecido. Con vino nuevo alegró Jesús a los novios en Caná de Galilea. A alguno le parecería milagro para algo superfluo: bien está la multiplicación de los panes, pero del vino...Y es que aquel vino de Caná dejaba bien a las claras que las viejas instituciones del templo y de la ley quedaban en el pasado. El paso era radical: del agua al vino.
Si bajamos a la vida donde se actualiza esta Palabra, os propongo tres sugerencias. Sea la primera que los seguidores de Jesús entramos en la novedad de vida que nos trae el novio Jesús. Aquí el Espíritu lleva la delantera a tantas prácticas atrofiadas; la fe en Jesús importa más que las formas y las fórmulas. La rutina, la mediocridad, la inercia, las tradiciones secas no pueden tener cabida. Venga la creatividad, los sueños de futuro, que lo nuevo ha comenzado. Duc in altum.
Hablar de novios y de bodas es hablar de alegría desbordante. Dice San Agustín: “Leed todos los libros proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero descubrid en ellos a Cristo y eso que leéis no sólo se hace sabroso sino embriagador”. Esta alegría no es frívola bullanguería, como el Carnaval que hemos celebrado esta semana, pero no excluye la fiesta, el regocijo, la danza. Estamos en Cuaresma pero no llevamos “cara de Cuaresma”. Aparecen con más frecuencia de lo necesario las imágenes de cristianos de negro, con golpes de pecho, de caras ensombrecidas. Que la Cuaresma es sólo un prólogo, prólogo de la Pascua. Que somos testigos de resurrección.
Y finalmente. Con el novio delante, cambia el signo del ayuno. “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, partir el pan con el hambriento”. Ayunar voluntariamente para que nadie ayune por necesidad. No sé si viene a cuento, pero acabo con una cita que he leído hoy: “Justificar el dolor del prójimo es la mayor fuente de inmoralidad”.
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