La revolución ecológica comienza por nosotros mismos. La conversión a la sobriedad compartida no solo permitirá que viviendo nosotros con menos, otros puedan vivir, sino que se revelará como factor de liberación para nosotros mismos. Tenemos que redescubrir la dimensión profética de los pequeños gestos cotidianos para mostrar que otras maneras de vivir son posibles. Así se va creando una cultura compartida de respeto a todo lo que nos rodea (consumo, hábitos, redes comunitarias…). Nos tenemos que dar cuenta de que nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza no es diferente de nuestra manera de relacionarnos entre nosotros. Las relaciones humanas interpersonales, las relaciones de género, las relaciones entre las culturas, los pueblos, los Estados, pueden ser de dominio, de explotación, de falta de escucha… o al contrario.
La casa común necesita afecto y ternura, necesita cuidados urgentes y esto se tiene que traducir en una nueva manera de vivir, consumir y pensar el mundo y las relaciones, y también en nuevas formas de participación social y acción política.
Y todos somos responsables del cuidado del planeta, aunque nuestra obligación es mayor. Tenemos más recursos y muchas veces nuestra abundancia se mantiene sobre su pobreza. Pero no está todo perdido. Aún podemos cambiar las cosas, como dice el Papa: "el ser humano todavía es capaz de intervenir positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado" (LS, 58).
PADRE NUESTRO
SAN PEDRO POVEDA, RUEGA POR NOSOTROS.
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