Vamos a crear un clima de silencio, serenidad y atención. Vamos a sentarnos con la espalda recta, pero sin tensión; los pies bien anclados en el suelo; la coronilla hacia el techo, como si colgáramos de un hilito fino del cielo, alargando el cuello, bajando hombros… sin tensión. Respiramos profundamente. Sentimos el aire entrando y saliendo de nuestro cuerpo. Respira con calma y hazte consciente de tu respiración, de cómo estás esta mañana de tu interior, de lo que da sentido a tu vida... Mira el día de hoy con optimismo, con ilusión, con ganas, con energía, con gratitud, con alegría... Y Jesús a tu lado. Hacemos la señal de la cruz: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El evangelio de ayer domingo nos hablaba de algo que ya has oído: ser sal y luz del mundo. Jesús quiso que sus discípulos entendieran lo que es seguir y vivir según sus enseñanzas: sin sal, la comida pierde sabor. Así que debemos ser sal, para dar sabor, buen sabor al mundo, que lo necesita y mucho. Sin luz, andamos a oscuras, perdidos. Debemos ser luz del mundo, pero no para brillar entre nosotros y por encima los unos de los otros, sino para iluminar las situaciones oscuras, para dar luz a las personas.
Evangelio
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor
Para entenderlo un poquito mejor, mira el siguiente cortometraje de poco más de dos minutos:
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