Primera lectura
MOISÉS habló al pueblo, diciendo:
«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.
Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán:
“Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”.
Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?
Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?
Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos».
Palabra de Dios
Salmo
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
V/. Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
V/. Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R/.
V/. Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Evangelio
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Palabra del Señor
La perfección y plenitud que Jesús da a la Ley y los profetas no consiste en un cumplimiento escrupuloso y puntilloso de los preceptos legales. No en vano Jesús habla no sólo de la Ley, sino de la Ley y los profetas. Y es sabido que los profetas se distinguen por criticar el legalismo huero y formal, que se olvida del espíritu de la ley, de la justicia, que consiste en la solícita preocupación por los pobres y desvalidos. El versículo 20 de este mismo capítulo lo aclara meridianamente: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.”
Las palabras de Jesús no pueden entenderse, pues, en sentido legalista. Al contrario, el contexto del Sermón de la montaña nos ayuda a comprender que la plenitud de la Ley y los profetas se encuentra en el mandamiento del amor. Y el amor no es una filantropía genérica que hace el bien “a la humanidad”, a bulto, sino una actitud personal que, sin renunciar desde luego a los grandes proyectos, repara en las situaciones concretas, menudas, que parecen “menos importantes”, pero que dan la medida del verdadero amor personal. Jesús habla a las multitudes, pero entra en casa de hombres y mujeres con nombre y con rostro, a los que lleva también la salvación en persona; da de comer a las masas hambrientas, pero toca y se deja tocar para sanar a ese hombre o mujer de carne y hueso, “menos importante”, y sin cuya sanación, según nos puede parecer, la historia hubiera seguido adelante son cambios significativos. A Jesús, como vemos, no le parece así.
Cuando nos habla hoy de la plenitud de la ley y de la importancia de sus preceptos menos importantes, nos está diciendo que los pequeños detalles tienen mucha importancia, si de lo que hablamos es del amor: el que Dios nos tiene (para Él nadie es “menos importante”), y el que nosotros debemos vivir en nuestra vida diaria. Y es que la vida se compone de detalles menores, de momentos en apariencia poco significativos; no podemos reservarnos para los grandes acontecimientos, que pueden no llegar nunca. Es en el día a día de las pequeñas fidelidades, los gestos en apariencia insignificantes y las situaciones menudas en las que nos jugamos la autenticidad de nuestra vida cristiana, de nuestro seguimiento de Cristo, del mandamiento del amor, que lleva a plenitud y perfección la Ley y los profetas, es decir, los principios, las normas y los carismas. Como dice Jesús, usando el contraste tan típico de la sabiduría bíblica, para ser grande en el reino de los cielos hay que estar atento a lo pequeño aquí en la tierra, vivirlo y enseñarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario