Y hoy vamos a mirar al centro de la cruz. ¿Ahí qué
ves? Un espejo. Y ese espejo, lo que pretende es reflejarte a ti. Eso aguardaba
esta puerta.
Recuerda el evangelio que nos ha servido de hilo
conductor: de dos panes y tres peces, Jesús dio de comer a la multitud. Ocurre
lo inesperado, lo que no creíamos que podía pasar. Pero ocurre. Y ocurre en
abundancia. Porque el amor de Dios rebosa, tiende a salirse de todo esquema, de
todo molde y recipiente.
De ahí que nuestra cruz tenga un espejo en el
centro: porque esa cruz es el reflejo de la vida de cada uno de nosotros, de
nuestros deseos de darnos, de nuestras miserias, de nuestras compasiones, de
nuestros miedos y nuestros compromisos… Esa cruz no es solo del Señor, es de
cada uno de nosotros.
Pero es una cruz abierta a lo inesperado. Nada acaba
en ella. Eso lo sabemos nosotros, los cristianos. La cruz no es el fin. La cruz
es otra puerta: la puerta al Gran Misterio.
¡Buenos días!
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