«No me he puesto enferma, no he tenido ni tengo fiebre, cansancio, tos seca, dolor de garganta, diarrea…. Tampoco he enfermado de las cosas de toda la vida, gracias a Dios. Pero me duele el corazón. Me duele el dolor de mis amigos que han perdido a sus padres, hermanos, abuelos, amigos. Me duele más que antes, cuando habrían tenido la oportunidad de acompañar a sus enfermos durante el final de su vida». Así se expresa Blanca López-Ibor, médico, en un artículo que publica ABC.
«Llegó el Covid-19. Y con él, llegó el miedo, el confinamiento del cuerpo y el aislamiento de una parte de lo que nos hace humanos, la relación con los demás. Y se apagó la luz cuando cerraron las puertas de las iglesias». Y llega un momento en que «ni las misas televisadas, ni los rezos en el rincón de mi cuarto, pueden curar ese dolor profundo».
«No se si te pasa a ti también, pero necesito volver a misa. Volver a la iglesia, a la de al lado de casa o a la de siempre y pedir al médico que me cure. Necesito llenarme de la gracia de Dios en vivo y en directo. Necesitamos iglesias abiertas, sacerdotes que nos curen celebrando misas a las que podamos asistir, confesarme y comulgar como antes. La Medicina del alma es una necesidad básica para el hombre… Me da miedo enfermar de indiferencia, de rutina, de dureza de corazón. Me duele el alma y necesito volver a misa».
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