La rosa de los vientos está para ayudarnos en cualquier aventura iniciada. Así los navegantes bien saben que a cada rumbo le corresponde un viento: la tramontana, el mistral, el siroco, el levante o el austro.
Marinos y exploradores, desde siempre, se han servido de la característica y personalidad de cada viento para determinar el rumbo posible. Fríos, fuertes, brisas marinas o de montaña, tórridos del desierto o los remotos del sur.
Lo mismo sucede al comienzo de cada año. Vienen los vientos. Unos se llevan cosas y otros las traen. Empujan o dificultan. Alivian o abrasan. Te aligeran o te hielan. Es conveniente discernir y ver cuáles son esos vientos que aparecen en esos primeros compases del año para así izar nuestras velas y dirigirnos al puerto que señale el Espíritu. También podemos preguntarnos en este casi final de curso hasta donde nos han traído.
Son los vientos portadores de sueños y también de miserias. Traen y acercan multitud de realidades. Unos días regalan oportunidades, otros nos bloquean impetuosamente. Unos nos acercan a personas o proyectos y otros son recordatorios de rutas por las que no conviene seguir. Cuando menos lo esperas se imponen y hasta molestan, y en cualquier momento nos susurran verdades que habíamos olvidado. Se trata de ver de dónde vienen y adónde van. Todavía podemos reconducir la ruta si vemos que nos hemos desviado más de lo previsto.
PADRE NUESTRO...
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