Leemos el siguiente testimonio:
Desde pequeña deseé estudiar medicina. Como siempre sacaba buenas notas en el colegio, la dificultad de la carrera no me asustaba; al contrario, suponía un reto para mí y gozaba imaginando el día en que tendría el título en mis manos. Pero la medicina no me atraía por la investigación y el mero hecho de saber más y más, como a muchos de mis compañeros de Facultad; ni, por supuesto, me atraía por su prestigio o el dinero que después podría ganar con ella.
Aquello era matar la medicina por la espalda. Mi ilusión era otra diferente: ayudar a los demás, pero sin facturas, sin hora de consulta, con generosidad y con gozo, el gozo de poder aliviar a tantos que sufren. Mi vida de estudiante siguió siempre el camino que conducía a esa meta. Hasta que descubrí otra mejor. Sin darme cuenta, aquellos deseos míos de ayudar a los demás con mis conocimientos médicos comenzaron a convivir en mi interior con el de seguir a Jesús en la vida religiosa. El también había dedicado su vida a ayudar a los demás...
Señor, Tú me llamas
• Tú me has llamado pero yo avanzo entre dudas, tú me has escogido pero me siento inseguro, siempre espero un gesto tuyo.
• Me llamas a ser tu testigo entre los hombres; me invitas a dedicar mi vida al servicio de los demás.
• Toma, Señor, mis manos para que puedas seguir bendiciendo a los hombres. Toma, Señor, mi cuerpo para que pueda acudir en ayuda de quienes me necesite; toma, Señor, mi corazón para que puedas seguir amando, a través de él, a las personas que están a mi alrededor.
• Tú me llamas siempre, cuando lloro y cuando sufro, cuando trabajo y cuando amo, me llamas a la libertad..
PADRE NUESTRO…
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