El gran sabio budista solía andar cubierto únicamente con una túnica gastada y raída. Vivía de forma austera y muy pobre. Pero, aunque parezca absurdo, llevaba siempre consigo un pequeño plato de oro que le había regalado el rey, el cual en otro tiempo fue su discípulo. El maestro de sabiduría portaba aquel plato como recuerdo, pero su corazón no era esclavo de aquel pedazo de oro.
Una noche, estaba a punto de acostarse para dormir entre las ruinas de un antiguo monasterio, cuando observó la presencia de un ladrón escondido detrás de una de las columnas. “Ven aquí y toma esto”, le dijo el maestro de sabiduría mientras le ofrecía el plato de oro. “Así no me molestarás una vez que me haya dormido y podré gozar de este rato de paz que es el descanso”.
El ladrón agarró con ansia el plato y salió corriendo. Pero, a la mañana siguiente, regresó hasta el maestro de sabiduría con el plato... y con una petición: “Cuando anoche te desprendiste con tanta facilidad de este plato, pensé que me hacías inmensamente rico y feliz. Ahora quiero que me enseñes esa riqueza interior que te hace tan desprendido y te otorga tanta paz” (Cuento budista).
¿Cuál es la moraleja del cuento escuchado?
¿Qué podemos aprender del mismo para nuestra vida diaria?
ORACIÓN:
Señor, enséñame a ser generoso.
No tengo muchas cosas para dar, pero he recibido muchos dones y los puedo compartir con los demás.
Enséñame a no ser egoísta y a pensar primero en los demás. Que no me guarde las cosas para mí, sino que aprenda a ofrecerlas para que todos puedan disfrutar con lo que yo he recibido.
No tengo muchas cosas para dar, pero sé que lo poco que tengo se puede multiplicar si lo comparto.
Jesús, cambia mi corazón para que descubra que hay más alegría en dar que en recibir.
Ayúdame, Señor, a descubrirte en la generosidad.
¡Que así sea, Señor!
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