Jesús no es políticamente correcto
Qué distintas las dos partes del texto evangélico de hoy. La primera es de vocación, la segunda el banquete. O mejor, la primera es feliz para todos, la segunda se tiñe de escándalos y mezquindades.
Jesús y Leví frente a frente; Dios y el hombre cara a cara. Lucas es el evangelista de la ternura y la misericordia. Jesús no mira el origen, la ocupación, la facha de la persona; él mira al corazón. Sabe que su llamada puede recrear, hacer un corazón nuevo. Jesús quiere establecer la comunidad de sus seguidores que es algo totalmente nuevo. Justamente, en esta comunidad no están ausentes los zelotas, casi terroristas que luchaban contra la dictadura del poder extranjero. Y aquí llama a Leví, al recaudador de impuestos, colocado allí por la potencia dominadora. Con estos personajes, tan antagónicos, Jesús construye una parábola feliz: mira a Leví, le llama -“sígueme”- se sienta a la mesa con él; y Leví responde con generosidad: lo deja todo, se levanta, le sigue y le invita a un gran banquete. No importa que se cuelen los fariseos y los maestros de la ley, que han permitido acuñar un adjetivo: “escándalo farisaico”.
Este es el Dios en el que creemos, come con pecadores. La comida no sólo era el signo privilegiado de la amistad, era también expresión religiosa. Jesús se hace como sus comensales, asume la carne de pecado. Por eso es políticamente incorrectísimo. En su Reino las relaciones entre las personas llevan un aire totalmente nuevo. Jesús no condena, sólo puede salvar. Hasta del pecado de murmuración de los fariseos toma nota para desplegar su doctrina: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. También en Leví parece que su condición pecadora se convierte en trampolín para abrirse a la gracia. Y es que sólo el publicano de la parábola se siente pecador, se vacía de sí, y puede recibir el don de Dios.
¿Y los hombres y mujeres de Iglesia? Siempre hemos de preguntarnos con quién nos sentamos a la mesa; si, como Jesús, ofrecemos nuestra amistad a todos, y principalmente a los pobres y pecadores. No podemos consentir que nadie diga, como en el viejo chiste: “Al cielo iremos los de siempre”. Cristianos seremos si, como el Maestro en esta escena, somos hombres y mujeres libres, sin fronteras, siempre en comunión.
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